Fábrega deseaba que la partitura se enriqueciera con ritmos latinoamericanos, incorporando influencias más allá de la música cubana. Javier reunió a un
grupo de talentosos músicos radicados en Montreal para grabar charangos, quenas, violines y una amplia gama de instrumentos de percusión como zurdos,
timbales, congas y cajones, lo que resultó en una partitura contemporánea de gran profundidad sonora.